Jaylen Brown contra su destino

Aún sentía en las retinas el regusto que Cinderella Man nos dejó hace un par de décadas, y quería un poco más ‘de aquella mierda’. Así que reservé un hueco para ver otra película del género a la que le tenía ganas.

Por temática (boxeo de superación y trinchera), historia (redención en los suburbiales), y elenco protagonista (Christian Bale, Mark Walberg, Amy Adams y el irregular genio de David O. Russell a la dirección). The Fighter.

Buena película. Pero no me detengo en ella sino para rescatar algo muy concreto que captó mi atención. Cuando Micky Ward (Walberg), boxeador concienzudo, trabajador y aparentemente menos talentoso que su medio hermano, Dicky Eklund (Bale), tumba, contra todo pronóstico, al mexicano Alfonso Sánchez (invicto hasta entonces, con un historial de 15-0), su vida dio un vuelco en forma de oportunidad.

Todo estaba preparado para que Sánchez, nada más vencer a Ward, pelease por el título de campeón de peso wélter junior de la WBU. Pero pasó lo impensado, y a Ward, destinado a la mediocridad y tras aquel KO inesperado, se le ofreció subir a ese tren en marcha y enfrentarse a Shea Neary para hacer historia y alcanzar una gloria que, a los 34 años y en su agonía profesional, se le hacía esquiva.

Escrito en lápiz

A un día de arrancar las Finales de la NBA, The Athletic publicaba un coloquio –o la transcripción de una charla informal, más bien– que tuvieron David Aldridge y Marcus Thompson II acerca del duelo por la gloria que se nos venía encima y en los nombres propios llamados a abanderarlo. Medio en broma («pero, si quieres, no es broma»), sugerían un posible titular en caso de salir los Dallas Mavericks campeones: ‘LUKA DONCIC, MEJOR JUGADOR DE TODOS LOS TIEMPOS’.

Y medio-en-bromas a parte, a toda Final le sigue un río en forma de narrativa a su conclusión. Narrativa que puede coincidir o no con el borrador inicial, pero que a fin de cuentas es la que va a solidificar, echar raíces, generar debates y desencadenar acciones donde se muevan millones. Muchos millones.

El hecho es que los Boston Celtics vuelven a ser campeones de la NBA dieciséis años después de la última vez (2008, 4-2 a los Lakers de Kobe); el contexto es que lo han sido sometiendo sin miramientos a unos Dallas que se habían convertido en el mejor equipo del Oeste desde el mercado invernal, y cuya gran estrella, Luka Doncic, ha jugado mermada por el físico, al igual que Kristaps Porzingis; el matiz es que el Este se ha quedado sin ofrecer la resistencia esperada por la lesión de hombres clave (Giannis, Embiid, Butler), dejándonos con la duda de si el paseo de Boston hasta las Finales hubiese sido tal en caso de estar.

Y el dato, con un efecto tectónico similar al de ganar el campeonato: ni Jayson Tatum, ni Jrue Holiday, ni Derrick White, ni Luka Doncic a lo Jerry West en el ’69 como pedían algunos. Jaylen Brown, quizás de todos los jugadores de los Celtics, quien más críticas ha sufrido en el pasado por su rendimiento en playoffs, ha sido galardonado (con 7 de 11 votos posibles) con el MVP de las Finales, como la guinda a un mes de abril-mayo espectacular y ratificando su MVP de Conferencia Este.

Lo esencial no es invisible a los ojos

Estadísticamente, había razones suficientes para que lo ganasen hasta tres jugadores, incluído él. Jayson Tatum y Jrue Holiday eran los otros dos, con argumentos sobrados en distintas parcelas (Jrue en porcentaje de acierto, rebote ofensivo y un gran balance ataque-defensa, Tatum por conjugar creación y ejecución de una manera que aplaudiría el mismísimo LeBron James).

Pero Brown (20,8 puntos, 5,4 rebotes, 5 asistencias) lo merecía como el que más.

De un modo similar a Leonard (2014) o Iguodala (2015), donde se les premió –por encima de los números brutos– por bailar con la más fea y salir airosos (defensores principales de LeBron), Brown ha visto como esos intangibles que lo encumbran como el mejor two-way de la eliminatoria, han tenido una importancia capital, sumado otros apéndices inherentes a estas Finales [el mejor +/- de los titulares de Boston, (+2,8), líder en robos (+1,6), y el bajo acierto en el tiro de Tatum (38,8%)].

Jaylen ha asumido, durante toda la eliminatoria, el arduo papel de emparejamiento y sombra principal de Luka Doncic (más de 150 posesiones, por las 70 de Holiday o las 38 de Tatum), dejándolo en un 41% en tiros de campo (por el 67% cuando le defendía Jrue o el 57% de Tatum), y provocando además el cortocircuito en los ataques de Dallas, no sólo con los fallos de Luka mirando a canasta, sino en todo cuanto acontecía a su alrededor fruto de su asfixiante marca. Traducción numérica: 84,8 de offensive rating de Dallas cuando Brown ha estado frente a Doncic.

Se compensa así, de la mejor manera imaginable, una campaña sobresaliente de un jugador, para muchos, injustamente obviado en las distinciones relativas al curso regular (ausente tanto en los All-NBA como en los Quintetos Defensivos).

Métricas a futuro

Como en todo aquello con un origen pasional (ideología política, poso cultural, color fetiche, verdiblanco o palangana) deporte y exageración van de la mano. Da igual la conversación, el jugador o la disciplina. A menudo basta con lanzar un tuit y sentarse a esperar a que el mundo arda.

Michael Jordan ganó su primer anillo a los 27 años. Al igual que Shaquille O’Neal. Al igual que LeBron James. Al igual que Jaylen Brown.

De Jordan, hasta justo antes de su primer Larry O’Brien, se afirmaba que era un jugador de equipo horrible que hacía peores a sus compañeros. LeBron, un perdedor de Finales nato, incapaz de sonreír sin un Big Three. Con Shaq no hubo apenas dudas, pero no fue hasta que enlazó el three-peat en L.A. que se le empezó a sentar a la misma mesa de Olajuwon, por lo infructuoso de olvidar las Finales del 95 y la barrida de los Houston Rockets a sus Orlando Magic con Hakeem a la cabeza.

De estos Boston Celtics, liderados por los Jays y mejor rodeados que nunca, se empezaba a hablar de ultimátum de no ganar el anillo de una vez. Jugar anual e ininterrumpidamente los playoffs desde que Brown salió del Draft en 2016, disputar ¡6 Finales de Conferencia! de las últimas ocho, incluidas dos Finales de la NBA, empezaba a ser insuficiente colchón si el dúo maravilla no lograba, este año ya sí, rematar la faena.

De haber caído de nuevo, a pesar de la reciente y multimillonaria renovación de Jaylen y la inminente de Tatum, los fantasmas de escisión, de traspaso, de ruptura del proyecto en busca de una fórmula mejor (e inexistente), habrían empezado a aparecer como sucediera con aquellos OKC de Westbrook – Harden – Durant.

Pero, para alegría de la parroquia celtic, el libro que quedó cerrado anoche deberá implicar, además, un tiempo al menos de garantía y estabilidad. Y de camino, cerrar vetas de discusión a la par que se abren otras hasta ahora inexploradas. Tales como:

  • Jaylen Brown (304 millones en los 5 próximos años) abandona el barco de los jugadores sobrepagados.
  • El tándem Tatum & Brown es intocable.
  • Brad Stevens, genio entre los genios.
  • Boston Celtics, favoritos a reeditar anillo las tres próximas campañas.
  • Brown y Tatum ya no pechofrían en playoffs (spoiler: jamás lo hicieron).
  • Tatum ya no es el líder de este equipo, sino Brown.
  • Luka debe apuntarse a crossfit.
  • Los Mavs han de fichar a Marcus Smart en verano, ya que Irving & Luka se queda corto atrás.
  • Derrick Jones Jr., a las puertas de hacerse ‘un Bismack Biyombo’.

Algunas cosas costarán más que cambien. Como que la mayoría empiece a considerar a Brown un buen distribuidor de juego. Que se terminen los memes del left hand. O que dejar escapar a Brunson continuará siendo uno de los mayores pecados recientes de los Mavericks.

En cuanto a este primer campeonato y MVP de Brown, y citando a Roy Jones Jr en el séptimo asalto de Ward vs Sánchez: «That was a pretty good body shot by Ward; it hurt the guy».

(Fotografía de portada de Elsa/Getty Images)


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