Hay pocos clubes más exclusivos que los Lakers y su lista de camisetas retiradas, en la que ni siquiera vale con pertenecer al Salón de la Fama para colgar el dorsal del techo de su pabellón. El mayor ejemplo es George Mikan, la primera gran leyenda de la organización (y de la NBA) en las décadas de 1940 y 1950, y a quien no se le retiró la camiseta hasta el pasado octubre. Solo 12 números y un micrófono, el del inmortal Chick Hearn, adornan el ahora Crypto.com Arena junto a los 17 faldones de campeón. Comparativamente, el otro equipo más laureado de la historia, los Boston Celtics, han retirado hasta 22 uniformes en el TD Garden.
Ser leyenda reconocida de los Lakers requiere unos estándares de grandeza que, por muy totémica que resulte la figura de Pau Gasol, especialmente desde el país donde escribo estas palabras, arrojan una duda creo que legítima ¿Qué ha hecho Pau para merecer este honor?
Cara a cara con el panteón laker
Excediendo el caso de Elgin Baylor, de peso supremo como guía de la transición entre Minneapolis y Los Angeles, la bisutería es condición sine qua non para ocupar un hueco en la bóveda del pabellón angelino. Pau Gasol calza dos sortijas de campeón con ellos, lo cual le sitúa un poco por debajo de todos los integrantes del Showtime con dorsal retirado. Sus 429 encuentros disputados con la legendaria camiseta solo superan la cifra de Wilt Chamberlain entre los agraciados con dicha distinción.

Probablemente, su mejor baza sea la de poder considerarse como el cuatro más talentoso que ha pasado su prime vestido de oro y púrpura, considerando a James Worthy como alero (lo era) y asumiendo los asteriscos del caso Anthony Davis. Pero quizás este argumento se quede corto a la hora de explicar por qué él sí y no Derek Fisher, Michael Cooper o A.C. Green.
Y es aquí donde aparece la razón suprema que decanta la balanza a su favor. Entre todos las loas que se dispensan a la figura de Pau, una pesa por encima del resto en la mitología laker: Pau Gasol es el amigo de Kobe. Algo que no se debe entender como simpleza o nepotismo, sino como una virtud que no conviene dar por hecha.
Peculiaridades Bryant
Kobe siempre fue alguien de difícil trato. En lo personal y en lo deportivo. Phil Jackson llegó a decir que era el jugador más complejo que jamás había tenido bajo sus órdenes, el único que no se plegó a su palmarés cuando llegó como salvador de los Lakers a finales del siglo pasado. Bryant, quizás el jugador de baloncesto más autoexigente que haya existido, acudía a los entrenamientos esperando esa misma dedicación en sus compañeros. Una responsabilidad imposible de colmar ante una personalidad depredadora como la suya. Su tendencia a la desconfianza en el prójimo sobre una cancha se puede resumir en su etapa de apogeo anotador (2005-2007), donde el único credo que profesaba tenía como pastor al que se reflejaba en el espejo.
Del poco desarrollo de la vida social como la entienden el resto de seres humanos pueden dar buena cuenta aquellos que jugaban en los Lakers cuando Kobe arribó a la liga. Mientras los Van Exel, Jones, Horry y cía disfrutaban del ocioso ajetreo que regala el sur de California, Kobe enfocó su completa existencia a desentrañar el baloncesto como un monje tibetano. Que sus salvajes roces con Shaq no tenían más raíz que la de castigar lo que a sus ojos era una falta de sacrificio imperdonable.
A lo largo de su carrera y después de su retirada, Bryant acabó desarrollando relaciones con personas a las que llamar amigos. Pero pocas veces estas se basaron en la complicidad, sino en el reverencial respeto que el resto profesaba (y profesa) por su figura. Romper esa esa frontera que separa la leyenda de la persona era tarea ardua, pero Pau lo logró.
¿Por qué con Pau?
Como una premonición, no fue el español el primero en presentar sus respetos al todopoderoso. Kobe había puesto sus ojos en Gasol desde que se encontrasen en un hotel de Barcelona en el verano de 2007 para compartir la insatisfacción que afectaba a aquel momento de carrera de ambos y disparar al aire la posibilidad de, algún día, jugar juntos. Pocos meses después, con el ala-pívot recién aterrizado en Washington para unirse a la expedición de los Lakers como nuevo jugador angelino, fue Bryant quien llamó a su puerta a la 1:30 de la madrugada para sellar a fuego el binomio sobre el que se asentaría un futuro que debía ser inmediato.
La superestrella ya había lanzado un órdago a los Lakers. No era la primera vez que un aspirante a ser el laker más importante de la historia apretaba las tuercas de la dirección del equipo. Magic Johnson ya lo hizo solicitando tímidamente su traspaso ante los micrófonos en lo que significaba un ultimátum a Jerry Buss para forzar la marcha de Paul Westhead del banquillo. Pero su amistad con el Dr. Buss hacía de aquello un simple trámite. Las exigencias de Kobe eran más complejas. No sólo se tenía que agitar el avispero, se debía acertar con cualesquiera que fueran los movimientos para hacer del equipo un rocoso aspirante.
Lo que viendo su actitud anterior podría considerarse como una apertura emocional en canal, no iba a alterar su comportamiento sobre el entarimado. Kobe iba a exigir a Pau todo lo posible y más. Y, en lugar de ceder ante un tipo al que la mayoría consideraban de otra especie, a Gasol aquello le inspiró como nunca antes había hecho nada. Surgió entonces un vínculo de naturalidad insólita en la carrera de Bryant. Siempre desde lo profesional hacia lo personal, pues no hubo nunca otra forma de conquistar su alma.
De compañero a hermano
Tres años de luna de miel en pista que brindaron dos anillos en tres presencias en las finales. “Decidle a Shaq que tengo cinco”. Y una etapa sombría en la que todo se resquebrajó en Lakerland excepto su binomio, con Bryant siendo el principal aval y defensor de su amigo en la franquicia. Precisamente fue cuando Pau se alejó de la vorágine competitiva que suponían los Lakers y Kobe cuando su relación caminó en parámetros más normativos.
Su conexión fue más allá de los terrenos de juego, entrando de lleno el uno en el núcleo familiar del otro y viceversa. Vínculo que ha ido incluso más allá desde la trágica muerte de Kobe y Gianna, con Pau y su esposa, Catherine McDonell, siendo un punto de apoyo inagotable para Vanessa, viuda de Bryant, y sus tres hijas. El mayor que le brindó el baloncesto de forma póstuma.
Es esto, conseguir el afecto sin matices de un animal solitario por naturaleza, lo que eleva a Pau en el seno de la organización y afición angelina. Surge además de forma natural la reverencia por su figura en el fuero oro y púrpura, hasta el punto de ignorar el debate (bastante sano) que sí ha surgido aquí desde el anuncio de la retirada de su 16. Porque hubo un tiempo en el que el mejor laker de la historia pudo quedarse en el camino de no haber sido por la aparición de Pau Gasol en su vida.
(Fotografía de portada de Jeff Gross/Getty Images)