El anillo logrado por los Nuggets hace tan solo una semana reavivó una profecía que acude cíclica e incesante a la discusión NBA: ‘La muerte de los súperequipos‘, que ya es casi un tópico literario. Esta vez se ha utilizado al equipo de Denver como cabeza de turco, pues su construcción paciente a través del Draft y una serie de movimientos de mercado comedidos pero certeros deberían implicar una forma de hacer las cosas que sirva como esquema de cara a proyectos futuros.
Algo que a buen seguro harán, pero no hasta tiranizar el modelo de construcción de plantillas, que siempre aceptó infinitos matices y maneras de proceder. Resulta tentador cincelar en piedra la defunción de un modus operandi tomando la parte por el todo. Y así, a la estrepitosa (porque no dejan otra alternativa) caída de cada súperequipo, sucede el tirón de orejas generalizado por un modelo que el consenso tiende a juzgar como peligroso para la estabilidad de la competición por el trauma post-Heat/Warriors. De aquel miedo por conjuntos que parecieron monopolizar el talento y bloquear el crecimiento de aquellos con quien compartieron entorno, estos lodos.
¿A qué llamamos súperequipo?
Aunque su vigencia exceda ya la década, la peculiaridad del término obliga a especificar las bases mínimas que lo computan. Aludiendo más a la intención de aquel que lo utiliza que a una definición consensuada. Usualmente se refiere como súperequipo a la unión de dos o más estrellas a golpe de traspaso o agencia libre que tiende a sacrificar estructura para apilar talento diferencial. Pero en esa tesis, cuyos límites se antojan difusos, caben tantos casos como han existido y existirán.
Aglomeraciones de súperestrellas siempre las ha habido y siempre las habrá, pero no es hasta los Miami Heat del ‘Big 3’ que se les da tratamiento de modelo. Boston ya había hecho lo propio en 2007 con la suma de Kevin Garnett y Ray Allen al equipo que lideraba Paul Pierce. Pero es aquella arrogancia que rezuma el fenómeno The Decision y el carácter de los de Palm Beach los que popularizan un término de ahí en adelante con tintes peyorativos.
Desde entonces, se utiliza el palabro en signo de denuncia al desequilibrio competitivo y metiendo todas sus iteraciones bajo el mismo sayo indistintamente. Obviando todas y cada una de las diferencias que separan a los Lakers de Kobe, Howard y Nash; los últimos Brooklyn Nets o los segundos Cavaliers de LeBron James.
Se celebra estos días la paridad que ha regalado la NBA en lo que a campeones se refiere en el ciclo abierto durante el último lustro. Cinco franquicias diferentes han alzado el Larry O’Brien desde 2019, dos de ellas por primera vez en la historia: Toronto Raptors, Los Angeles Lakers, Milwaukee Bucks, Golden State Warriors y Denver Nuggets. Equilibrio que atribuir en buena parte a la caída en desgracia de proyectos regalados al star power en este tiempo como puedan ser Nets o Clippers.
Memoria selectiva
Sin embargo, ¿cuál es la génesis de los Lakers campeones mas que la renuncia a la estructura conocida a cambio de un talento individual mayúsculo (Anthony Davis)? ¿Acaso se ha olvidado el intento de reclutar a Kawhi Leonard ese mismo verano de 2019? ¿Hubiese reducido aquello las opciones de anillo? Sirva esta última cuestión irresoluble para sentenciar que lo relevante no es la acumulación de nombres como tal, sino la construcción de un equipo alrededor. Que los Heat necesitaron de secundarios de lujo como Allen, Lewis o Battier para alcanzar la gloria. O los Warriors de Iguodala, Livingston o Looney para hacer pesar todo su poderío.
Profetizar la caída del modelo camina la misma línea que aseverar que Clippers y Nets son un fracaso rotundo y sin matices. Olvidando que los de Brooklyn llegaron a jugar muy bien al baloncesto en 2021 a pesar de la poca coincidencia en pista de su trío estrella y que fueron las lesiones puntuales las que dieron tiempo y espacio para que los egos y peculiaridades de sus protagonistas acabasen detonando cualquier atisbo de proyecto sano. O que cada caída de los Clippers antes o durante los playoffs atiende a distintas razones, desde la falta de química generada a razón de abusos de poder a las dichosas lesiones de George y/o Leonard.
Menos de una semana después de anunciar la muerte de los súperequipos por enésima vez, los Phoenix Suns han sumado a Bradley Beal a una plantilla que ya contaba con Kevin Durant, Devin Booker y DeAndre Ayton (tras la marcha de Chris Paul en ese mismo traspaso). Sin embargo, lo que determinará el éxito o fracaso del equipo, que se encomia a aquello de puerta grande o enfermería desde el vamos, nunca dependerá exclusivamente de acumular estrellas. Sino de los movimientos que sucedan a este para terminar de dotar de cuerpo al conjunto.
Problemas e interioridades de un traspaso megalómano
La llegada de Bradley Beal a Arizona viene acompañada de inconvenientes y aristas que parecen haber encontrado el raro consenso de todo el entorno mediático NBA. Las cuales obviamente se separan en dos espectros. El que atañe a los Wizards y el que afecta a los Suns.
Washington Wizards
- Bradley Beal es un muy buen jugador, talento All-Star capaz de coquetear con el All-NBA en un curso proclive. Pero el contrato firmado hace menos de un año y las condiciones que lo acompañan resultaban ya entonces excesivas a todos ojos. Pagar 251 millones por cinco años y otorgar una trade clause a un jugador debería de ser un movimiento reservado para proyectos que se saben aspirantes en el momento de ejecutarlo y con capacidad de prolongar ese estatus a medio plazo. Aparte de ir dirigido a talentos generacionales (los anteriores jugadores con trade clause habían sido LeBron James, Kevin Garnett, Carmelo Anthony, Dirk Nowitzki, Kobe Bryant, Dwyane Wade, Tim Duncan, David Robinson y John Stockton). Ni los Washington Wizards ni Bradley Beal caben en estas definiciones.
- El traspaso supone tratar de poner fin a una era de mediocridad en Washington. Un equipo que en las últimas temporadas se ha quedado en tierra de nadie como herencia de aquellos ilusionantes Wizards de John Wall, Otto Porter y el propio Bradley Beal. En 2017 extienden al base por cuatro años y 171 millones de dólares y en enero de 2018 da comienzo la espiral de lesiones que ha acabado con la carrera de Wall lejos de donde se proyectó. Desde entonces, Tommy Sheppard tomó las riendas de la gerencia en 2019 y ha encadenado una serie de decisiones que nunca han terminado de situar a Washington en la estabilidad de los playoffs (11º-10º-8º-12º-12º). El despido del presidente de operaciones el pasado abril en favor de Michael Winger ya anticipaba una revolución, y este ha decidido priorizar el saneamiento de la masa salarial antes de empezar a construir de nuevo.
- Habiendo recibido a Chris Paul en el traspaso junto a Landry Shamet y un paquete de segundas rondas aún por determinar, se da por hecho que CP3 nunca vestirá el uniforme de los Wizards. La franquicia parece enfocada a tomar el camino de la reconstrucción dura, donde no tendría demasiada lógica mantener a Kristaps Porzingis y Kuzma. El letón aceptará su opción de jugador para la 23-24 y le tendrán que buscar salida este verano o mientras dure la ventana de traspasos. Por su parte, Kuzma seguramente decline su opción y los Wizards no hagan nada por retenerle.
Phoenix Suns
- Por si solo, Bradley Beal no soluciona los problemas que atañen a la plantilla tras la llegada de Kevin Durant. Ni ayuda a solventar la sangría en rebote y defensa interior, ni sana la falta de profundidad que desnudaron los pasados playoffs, ni suma un jugador de mando a dos anotadores compulsivos como Booker y KD. Dejando a Devin como favorito a ocupar la posición de base titular a la espera de que se sucedan nuevos movimientos. El ideal imaginado con Beal sí es un jugador que multiplique las bondades del dúo de estrellas, pues es un anotador que a priori no necesita excesivo volumen de balón para sumar puntos. Aunque esto está por ver en un jugador que bordea el 55% de canastas sin asistir en sus últimas tres temporadas (Devin Booker y Kevin Durant vienen de firmar un 55 y un 49% respectivamente en la pasada campaña). Los tres son playmakers más capaces de lo que se les reconoce, pero ni mucho menos jugadores que encaren sus jugadas con la idea de encontrar al compañero abierto o el pase que mejore la acción.
- Los más de 207 millones de dólares que le restan al contrato de Beal (acabará cobrando 57 millones en 2027) suponen una limitación importante de cara a ajustar el resto de salarios al cap space. Ahora mismo los Suns tienen solo cinco jugadores con contrato para la próxima temporada, los mentados y Cam Payne. Entre los cuales proyectan 169,4 millones de dólares. Superando la tasa de lujo (162M) y quedándose a tan solo 10 millones del temido segundo apron que restringirá seriamente la capacidad de las franquicias que lo superen a raíz del nuevo convenio (al que aún le quedan flecos que desvelar). Todo ello con un mínimo de ocho plazas aún por rellenar. Solo cuentan con una excepción bianual de 4,4 millones y una excepción de traspaso de la misma cantidad una vez superen los 179 millones del segundo apron.

- La integración de DeAndre Ayton aparenta ser una batalla perdida a estas alturas, y la llegada de Beal debería empujar su salida para subsanar el raquítico fondo de armario de Phoenix. Aún con estas, el valor del pívot resulta una absoluta incógnita, lo que dificulta pensar en la llegada de dos o tres piezas de valor a cambio de su partida.
- Por último, esta observación del amigo y compañero Jacobo León:
Sí, todo apunta a que la formación de este súperequipo es fruto del capricho impaciente de un propietario recién llegado como lo es Mat Ishbia y que las escapatorias para hacer de esto un conjunto realmente contender son rocambolescas. Sin embargo, su mera existencia viene a negar la muerte del modelo, que seguirá vigente mientras las estrellas sientan el magnetismo de compartir proyecto entre sí y cuyo éxito no tiene por qué deducirse como fórmula pretérita. Antes o después, un súperequipo volverá a ganar la NBA dando validez a argumentos que hoy se desechan por convención. Porque las cosas bien hechas bien parecen y hay mil formas de llegar a un mismo punto.
(Fotografía de portada de Patrick Smith/Getty Images)